martes, 14 de enero de 2014

                             A veces cuando el me hablaba sentía que los dos eramos autistas. Sentía que estábamos los dos encerrados, lejanos. Que los dos gritábamos exigiendo una respuesta a una pregunta que no era clara, incapaces de utilizar palabras. A veces cuando el me hablaba me sentía reducida, me sentía un espejo limitado a copiarlo. Me sentía pequeña e inútil. Sentía que quería gritar, que quería decirle algo. Quería que el supiera, quería que el sintiera. Pero yo no tenia palabras que decirle. Yo tampoco entendía.
                             A veces cuando el me hablaba quería llorar y decirle que me dolía. Quería acceder a el. Quería pedirle que paráramos. Pero no podía, no podía explicárselo, no podía escuchar las palabras salir de mi boca. Les tenia miedo. Le tenia miedo a las palabras, me asustaba que su sonido me lastimara. Me asustaba saber en quien me convertiría cuando las dijera.
                           A veces cuando el me hablaba me dolía; así que deje de escucharlo. Pero todavía me duele.

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